sábado, diciembre 03, 2005,6:35 a.m.
No soy nadie...
Era temprano en la oficina, tendría que haber terminado el papeleo desde ayer pero me seguía cautivando el hecho de aquella chica cuyo escritorio se posaba frente al mío.
Cualquiera diría que nada tiene de especial, no por su físico sino por esa actitud de ser inferior a todos, siempre vestida de negro, callada, obediente, sumisa. Como me gustaba.
Me la imaginaba desnuda, y yo encima de ella, sometiéndola, que besara mis pies y yo apenas la veía le arrancaba el cabello de su cabeza y que sangrara un poco más.
Sabía que mis fantasías eran inalcanzables para ese entonces, me enloquecía pensar en ella tenerla al frente y no saber que decirle, entonces me decidí hablarle.
Yo frente a ella y ella apenas si me veía, se sonrojaba y atendía todo cuanto le ordenaba, decidí llevarla al bosque para que pudiera continuar con mi benigna tarea.
Llegamos, la lluvia contenida en los árboles traspasaba nuestra ropa, y la veía y la observaba, me acerque un poco más hasta que sintiera amenazada entonces, pose mi mano en sus caderas, recorrí su vientre hasta llegar a su cuello y seguí acariciándola suavemente.
Sin que ella se diera cuenta, comencé a ahorcarla, coloque mi otra mano y la tarea se hizo más sencilla, apretando, escuchando como se le acababa el aire, sus ojos azules me pedían clemencia y yo caso omiso a su rostro, con más fuerza la sometía y me excitaba el sonido de sus huesos al romperse.
Ella, casi muerta, intento defenderse pero era inútil, sabía que era mi oportunidad, rocé mis labios con los suyos y los mordí de manera violenta que no desistieron en romperse, hermosa, hermosa sangre de sus labios, sangre tan pura, un rojo matiz que coloreaba su dulce boca.
La solté, y me di cuenta que esa indefensa criatura aun seguía con vida, entonces la jale de los cabellos, le di la vuelta y la obligue a que me viera.
Tome una roca y antes de arrojársela a la cabeza, la observe, si mirada con tanto miedo, un cuerpo casi muerto y unos labios rojos, ella lloraba, no podía gritar y si lo hiciera nadie la escucharía porque ella no es nadie.
Sin pensarlo dos veces, aplaste su cabeza con la roca, se escucho como una galleta vieja que no sede ante una mordida, fue un sonido de piel al desgajarse que seguía gustándome, me fascinaba; continué destrozándole su rostro, elevaba la roca y la dejaba caer así una y otra vez, mientras toda la sangre salpicaba y manchaba el saco de mi traje.
Me detuve un minuto y me senté junto a lo que parecía una parte del ojo, entonces, fascinado con mi trabajo, introduje mi mano en lo que quedaba de su cráneo y extraje leves pedazos de su cerebro.
Miles de insectos brotaron de esa masa maltrecha, salían y se liberaban devorándose los restos de su cuerpo y así dejando limpia la escena.
-Eras demasiado perfecta para ser real; tan inocente, tan sumisa, tan callada, tan aburrida, tu cuerpo aun era virgen pero ahora tu cerebro es mierda de insectos.